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Perversiones de la primera comunión

  • Presbítero Alirio Cadenas
  • 22 abr 2016
  • 3 Min. de lectura

Me contaba un sacerdote amigo, que el día de las primeras comuniones, en su parroquia, una señora le dice: padre vuelva a darle la comunión a mi hija porque no salió en la foto. Y yo digo, ¡por Dios! Es esto lo que me hace compartir con ustedes, la siguiente reflexión... Se acerca el mes de mayo y con él, dentro del mundo católico, las primeras comuniones de muchos niños, pero lamentablemente, gracias al absurdo de sus mayores, esta fiesta de la fe se ha convertido en un mero evento social en el que los niños deben sentirse príncipes o princesas por un día.

¿Dónde quedó el verdadero sentido de esta celebración? ¿No será por eso que para la mayoría de niños la primera comunión es también la última?

Durante 2 o 3 años, al niño se le prepara, o por lo menos se le intenta preparar para recibir a Jesús por vez primera, por ende, éste es el principal y único motivo de esta celebración. Hace lucir tan triste y descabellado el que haya sido envuelto por toda una parafernalia de vanidad y consumo que lo convierte en una fiesta con mucho de social y muy poco de religioso. Lo religioso es sólo un pretexto para lo otro.

Con tales actitudes vamos metiendo al niño, inconscientemente quizás, en un mundo de competitividad donde “yo” tengo que ser el mejor al precio que sea: peinados, trajes costosos, dispendio, restaurantes caros, entre otros, y esto obviamente, es de una maliciosa perversidad que corta el aliento. Una manipulación descarada del sacramento central del cristianismo para ponerlo al servicio de los falsos valores del hombre actual.

Hay padres incluso que llegan a pedir préstamos para poder afrontar gastos excesivamente desmesurados con tal de que su hijo “sea el o la mejor". Esto siempre ha sido una estupidez, pero en medio de la crisis actual, luce obsceno.

Además, sacan al niño de su espacio para llevarlo al del adulto y no al contrario, que sería lo más lógico, o sea, que los padres se hicieran como niños para acompañar a sus hijos en el gran encuentro con Jesús.

Todo ello sucede porque no entienden o no saben valorar lo que reciben: a Dios, quien es el mayor regalo y motivo de esta celebración. Pero no le dan importancia porque todo lo que no cuesta dinero, no vale. Y es lo que le están enseñando a su hijo primer comulgante. ¿Dónde quedan la fe cristiana, la moral, los valores, el amor, la entrega?

Es tiempo ya de que regresen a la sensatez: dejar al niño ser niño y educarlo para un mundo de fe, justo y solidario. La semilla de hoy, será la siembra mañana que lo acompañará el resto de su vida.

Pequeños y mayores somos invitados a la mesa del Señor, todos tenemos un sitio en ella, porque para Jesús no hay excluidos. No dejemos de crecer en amistad con Él, seamos todos partícipes de esa mesa sagrada sin olvidar que el centro es Él, no nosotros.

Donde entra Jesús resucitado entra la paz: “se llenaron de paz”, de envío, como les pasó a los discípulos. Donde está Jesús, está la Vida, por eso, el día de la primera comunión no puede ser único, porque ya ha estado en medio de nosotros, y le hemos abierto las puertas del corazón, dejando de lado todas estos estruendos consumistas que terminan convirtiendo en una feria de banalidades uno de los mayores días en la vida de un niño o una niña creyente.

Así, la primera comunión, ¿no se convertirá al mismo tiempo en la última comunión?

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