A raíz de la conmemoración del bicentenario de la canonización de San Benito de Palermo (1807-2007) la Arquidiócesis de Mérida confió al Archivo y Museo Arquidiocesano el estudio de la devoción al santo negro en las tierras altas merideñas y trujillanas. Las peculiares características de su culto en esta región se distinguen claramente de la más conocida, el San Benito de las tierras cálidas alrededor del Lago de Maracaibo. Los estudios posteriores llevan a la constatación de que no existe relación de dependencia entre ambas.
La recolección de material archivístico y documental, al igual que la búsqueda de material etnográfico ha sido abundante y aleccionadora. Una de las iniciativas del proyecto llevó a la directora de las instituciones antes mencionadas a inscribirse en el Doctorado en Antropología de la Universidad de los Andes, habiendo coronado con la obtención de dicho grado con la presentación de la tesis “San Benito y la identidad cultural en las comunidades de los ríos Chama, Santo Domingo y Chirurí del estado Mérida y del río Motatán de los estados Mérida y Trujillo”. Esperamos, Dios mediante, publicar en los primeros meses del año 2016 dicho trabajo pues es un aporte importante para conocer la rica religiosidad de los habitantes de nuestros hermosos páramos andinos y su incidencia cultural y religiosa en la cotidianidad de dichas poblaciones.
Desde finales del mes de diciembre, el 29 para ser más exactos, las dos tradiciones que tienen su sede en Mucuchíes y en Timotes comienzan un ciclo de celebraciones que abarca todo el mes de enero, se adentra en febrero más allá de la fiesta de la Candelaria. Uno de los aspectos más relevantes es la organización de la misma y la elaboración de un calendario que permite la participación de las diversas cofradías en las celebraciones de cada una de las comunidades. Es un elemento de cohesión social, de intercambio fraterno y de lazos que van más allá de lo convencional.
Participar en cualquiera de estas fiestas es mucho más que observar fríamente una representación folklórica. Es el alma de un pueblo que gira en torno a las virtudes, favores y milagros de un santo humilde y sencillo que es paradigma, compañero diario de las cuitas, alegres y festivas, dolorosas y tristes, de sus miembros, confiriéndole así elementos positivos para darle sentido y proyección a la vida cotidiana. El generoso compartir se hace abundante en la fiesta pero se prolonga en las necesidades de diversa índole a lo largo del año. Los valores espirituales sobresalen con una exigencia comunitaria que tiene como medida el bien común.
Dios quiera que en un país signado por la prédica de la exclusión y del odio, estas experiencias vitales, profundamente religiosas y cristianas, sirvan de ejemplo para la construcción de una fraternidad y servicio del que todos estamos necesitados. Que San Benito nos acoja y acompañe.
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