
Apuntes gramaticales: el pleonasmo
Héctor Velázquez - Mejía / Febrero, 2016
Como la lengua no es una ciencia exacta, hay veces en las que un procedimiento, una manera de hablar, de expresarse, puede servir para cometer las mayores agresiones al idioma y también para embellecerlo. Ocurre con la figura retórica o de efecto, según el caso, que hoy nos ocupa: el pleonasmo. En su segunda acepción, el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) lo define como “demasía o redundancia viciosa de palabras”.
No es muy difícil encontrar casos en nuestro hablar cotidiano. Cualquiera de nosotros ha mandado a alguien en alguna ocasión a “subir para arriba”, “bajar para abajo”, “salir afuera”, o ha juzgado a dos hermanos como que son “polos opuestos”. Si nos detenemos un momento a pensarlo, convendríamos en que no se puede subir para abajo ni bajar para arriba, ni entrar hacia afuera; y que los polos, por definición están opuestos. Pero, en otros casos, el pleonasmo está tan intricado en nuestra lengua, que incluso escapa a un primer análisis de nuestro propio discurso.
Juzguen ustedes si no es así, en la frecuentísima expresión “ven aquí” y evalúen si se puede venir a un lugar diferente. Cabe preguntarse, ¿es por tanto el pleonasmo una práctica completamente reprobable? Y la respuesta es “no”, por cierto. El mismo mecanismo que, utilizado de manera inconsciente constituye un vicio del lenguaje, al servicio de la expresividad literaria puede convertirse en una valiosa herramienta. Por ejemplo, en los primeros compases del “Poema de Mío Cid” hay un bello pleonasmo: “De los sos oios tan fuerte miente lorando”, que en español moderno podría leerse más o menos como “llorando muy fuertemente con sus ojos”. Es cierto que no se puede llorar con otra cosa que no sean los ojos. Pero también lo es que la aparente redundancia no hace sino transmitirnos la intensidad del dolor del Cid por haber sido desterrado.
Estamos de hecho ante la primera acepción del término, en el diccionario de la RAE: “Empleo en la oración de uno o más vocablos, innecesarios para que tenga sentido completo, pero con los cuales se añade expresividad a lo dicho”. Efectivamente, en las manos adecuadas el pleonasmo es una amplificación retórica que aviva las imágenes, refleja más fielmente los sentimientos, aclara determinados conceptos, o, sencillamente, hace más bello el mensaje. Estos usos literarios, recordemos, no nos autorizan a hablar de “accidentes fortuitos”, ni de “nuestra propia opinión personal”. Recordemos igualmente que una cita solo puede ser previa y que el erario siempre es público.
Por último digamos que los conceptos pleonasmo y redundancia son muy similares y es difícil diferenciar uno del otro. Por redundancia se entiende el uso innecesario de una o más palabras que se añaden a una oración con la idea de hacerla más clara, pero no aporta expresividad ni añade nada nuevo al significado de la frase. La redundancia no cumple ninguna función; por eso su uso no está justificado y debe evitarse. Ejemplos: Años de edad. Una de las acepciones de año es ‘edad, tiempo vivido’. Persona humana. Una persona es un ‘individuo de la especie humana’. Prever con antelación. Prever es ‘ver con anticipación’. Mendrugo de pan. Un mendrugo es un ‘pedazo de pan duro o desechado’. Volver a insistir: Insistir significa ‘repetir o hacer hincapié en algo’.
El pleonasmo también es la repetición de términos innecesarios, pero se considera correcto porque se usa como recurso expresivo con la intención de dar más fuerza, viveza o espontaneidad a la expresión. Ejemplos de pleonasmos admisibles son: verlo con los propios ojos, a nosotros nos gustaría, nunca jamás. Ya sabemos que se ve con los propios ojos (no con los de un amigo que nos los ha prestado), nos gustaría y nunca o jamás, según el caso. Sin embargo, en todos esos ejemplos la redundancia, más o menos transparente, es necesaria para que el lenguaje no pierda ni fuerza ni vigor.